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La tecnología solo tiene sentido si aumenta el valor de las personas

“Las personas son el activo más importante con el que cuenta una empresa.”, esta frase antigua a la vez que lapidaria (debería estar grabada en una piedra de mármol en el vestíbulo de algunas empresas), ha quedado sobradamente demostrada después de superar la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, y de observar cómo la postpandemia provocó en algunos países un proceso de reflexión que llevó a un número importante de personas a abandonar sus puestos de trabajo.

Seguimos ignorando (mirando hacia otro lado) que algunas empresas aún consideran a sus empleados como meros transmisores de energía que convierten, a través de su cuerpo, sus conocimientos y habilidades en resultados.

Y en el otro extremo hablamos de cuidar la salud emocional de los empleados, como si por arte de magia el resto de los factores que conforman la ecuación de la experiencia del empleado ya estuviesen controlados, o como diríamos en lenguaje matemático: despejados y resueltos.

¿Cómo pueden las empresas hacer realidad la mencionada frase?

No es fácil, supone un fuerte compromiso de todos y el inicio un largo recorrido que tal vez no ofrezca resultados en los plazos que barajamos en estos tiempos de inmediatez.

Los procesos de cambio siempre representan un reto, una lucha entre las creencias heredadas que proporcionan una cómoda estabilidad en el día a día, y la incertidumbre de una nueva situación desconocida y cuestionada por aquellos que se resisten, seguramente porque ven peligrar su posición de poder.

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No hay una formula única, no hay una metodología estándar que podamos seguir, no creo en los dibujos de procesos donde se representa de forma lineal el camino a seguir para conseguir el cambio deseado. Esos en los que siempre veremos un análisis de la situación inicial, un proceso de reflexión más o menos complicado, y por último una implementación de los resultados. Lógico, pero en pocos se habla de cómo hacer cada fase y menos aún de quién participa de forma activa.

Cada empresa tendrá que descubrir cómo hacerlo, porque los factores que influyen en el proceso de cambio son muchos y van desde la posición de partida, la cultura, el nivel de competencias digitales de sus líderes, el sector, el tamaño hasta la edad media de los empleados (por nombrar algunos).

Siempre es posible iniciar el camino si no se olvidan dos premisas básicas: que se haga de la forma más sencilla posible y con la participación del mayor número de empleados.

Sobre la primera premisa me inclino por la sencillez del “método Lewin[1]: descongelar, aprender nuevos comportamientos y volver a congelar. Una forma de razonamiento muy sencilla y que debe aplicarse en pequeñas dosis, no descongelemos toda la organización el primer día, la inundación está asegurada. Centrémonos en pequeños procesos o actividades cotidianas merecedoras de ser descongeladas, las pequeñas ineficiencias.

Y esta concreción nos lleva a cumplir la segunda premisa. Cómo nuestra ambición de cambio empieza por lo concreto, lo diario, lo cotidiano, eso solo nos lo podrán contar los propios empleados. Porque son ellos los protagonistas, ningún CEO nos podrá contar en detalle los problemas que se tienen cada vez que se factura (sistema ERP), o se confecciona la nómina (sistemas HRIS), o se intenta buscar un contrato (gestión documental), o se necesita comunicar algo a toda la plantilla (sistema de comunicación corporativa).

¿En qué se pueden apoyar las empresas para hacer realidad la mencionada frase?

Sin duda en la tecnología. Es uno de los factores que comparten todas las organizaciones, es el común denominador de estos tiempos. Por omisión o por necesidad todas las empresas necesitan plantearse como la tecnología y la digitalización les pueden ayudar a mejorar y ser más eficientes. Pero sobre todo como les pueden ayudar a mejorar la “experiencia de sus empleados”.

Esta última frase es la clave de todo el proceso de cambio, que podemos llamar proceso de “transformación digital de la empresa”.

Las empresas tienen una ocasión inmejorable para hacer realidad la frase: “Las personas son el activo más importante con el que cuenta una empresa.”. Haciéndelos participes activos de los procesos de transformación digital, resolviendo en primera persona sus necesidades, trabajando en la mejora de sus funciones cotidianas, convirtiendo a los empleados en el centro de todo el cambio tecnológico y no de espaldas a ellos/as.

Así la tecnología ayudará a que la experiencia de los empleados sea mucho más positiva, agradable, apasionante si es posible. Convirtiendo los espacios de trabajo en un lugar donde crecer y compartir no sea una utopía.

Los cambios digitales, la tecnología que vayamos incorporando a nuestra actividad como empresa, debe servir para aumentar el valor de las personas que la usarán. La tecnología no puede ser un obstáculo más que levantemos entre los empleados y la empresa, porque si es así volveremos al principio de la historia. Y la frase “Las personas son el activo más importante con el que cuenta una empresa”, será solo eso, una frase merecedora de estar grabada en algún lugar del recibidor de la empresa.


[1] Kurt Tsadek Lewin (Polonia 1890, EEUU 1947), psicólogo y filósofo; pionero en el desarrollo de la psicología social.